Delsa Solórzano: “Ya nadie quiere el CLAP”
La exprecandidata de la primaria cuenta como ha sido su experiencia recorriendo el país junto a María Corina Machado, donde fue testigo del colapso de las estructuras chavistas y enfrentó de cerca la represión.
Delsa Solórzano, diputada de la Asamblea Nacional del 2015 y presidenta del partido opositor Encuentro Ciudadano, se ha convertido en una figura habitual en las multitudinarias giras de María Corina Machado por la Venezuela rural. Una suerte de vocera de facto de la Plataforma Unitaria, Solórzano es parte del elenco de mujeres catapultadas a la prominencia en la política nacional tras las primarias y las negociaciones que definieron la candidatura de Edmundo González Urrutia. En la sede de su partido, en una oficina decorada por letreros hechos a mano que le entregan en las giras y un mapa de Venezuela salpicado de polaroids que Solórzano toma para documentar sus recorridos, enseña un racimo multicolor de 263 rosarios que ha recibido desde que arrancó la gira de la oposición. Sobre ella, un enorme afiche pintado a mano por habitantes de Tucupita muestra un sol surgiendo sobre el Orinoco: “Delsa y María Corina – Jóvenes deltanos con Edmundo”, se lee, “Libertad Wirinoko anaba eku” (Libertad en las aguas del Orinoco, en lengua warao).
“Hay rosarios turquesas porque la gente de Vente hace uno para María Corina y uno para mí. La gente se quita su rosario, con lo que significa para ellos, y te los da”, explica. Muestra uno con el tricolor de la bandera, entregado por un hombre en la puerta de una iglesia en Nueva Esparta. “Me dijo: te va a acompañar y vamos a tener libertad”, dice. “Y no me lo quito, en cada gira está conmigo”. Solórzano relata cómo, al llegar a bañarse tras una concentración, encuentra rosarios en su cuerpo: “en los pantalones, en la ropa interior, la gente a veces te los lanza, te los pones, te los mete en el bolsillo, en el sostén. Es una cosa impresionante”. Muestra un par de rosarios rosados: “Era una niñita y la mamá. Se quitaron sus rosarios y me lo pusieron, en Guárico”.
Solórzano, aunque lo vive en primera línea, sigue impresionada de la emocionalidad que la campaña liderada por Machado –acompañada por ella misma y otros líderes opositores– por la candidatura de González Urrutia ha levantado en antiguos bastiones chavistas: “Es una sensación de alegría que yo creo que hace años los venezolanos nos sentíamos”, dice, “el país volvió a sonreír. Esos rosarios son la renovación de la esperanza”. En Upata, relata, la gente esperaba en las calles desde las 7 de la mañana aunque la concentración fuese a las 4 de la tarde. En otros sitios, dice, la frontera de los pueblos se desdibuja por las multitudes: en San Juan de los Morros, por ejemplo, una mujer le aseguró que había caminado desde El Sombrero hasta la concentración. Pero, aunque vive el fenómeno por dentro, Solórzano –como otros en el Comando de Vzla– ha sufrido la embestida represiva del gobierno: fue expulsada de hoteles y dos concejales de su partido fueron destituidos de facto en Delta Amacuro.
“Una vez era la una de la mañana, estamos llegando a Barquisimeto, y ves una alcabala justo en la puerta del hotel. Y yo digo: ay carajo ¿qué vendrá aquí?. Entro y en la caseta hay tres guardias nacionales. “¿Nos van a dejar dormir o no?”, pregunto. “Adentro nada más falta la policía montada”, me dice un muchacho. Estaba el SEBIN, el DGCIM, el DIP y una vaina nueva… ¿cómo se llama esa vaina nueva que nos pusieron? “¿Qué pasa?”, pregunto. “Usted no puede tocar a ninguno si no tiene una orden judicial”. Un agente me dice: “Yo soy la autoridad”. Yo le dije: “No señor, la autoridad es un juez y el juez me tiene que da la orden. ¡Aquí nadie va a entregar la cédula! Todo el mundo para arriba”. Tomamos las llaves y nos fuimos todos para mi cuarto y la Guardia Nacional armando un zaperoco. Yo era mamá gallina con mis muchachos. Luego, nos tocó la puerta un tipo vestido de civil: “tienen que salir del hotel, esto es un allanamiento”. Le dije: “¿esto es un allanamiento? Bueno, que allanen allá abajo al hotel. Pero mi habitación es privada después de que yo la pago, tienes que traerme una orden judicial”. Se va el tipo.
Uno de los muchachos se había quedado una cuadra antes, comprando pollo frito. El no llegó a ver la vaina. Vuelven a tocar la puerta del cuarto y era él con dos bolsas de pollo. Había un guardia en el ascensor. Y le dice: “tu jefa está brava, me regañó y no me abrió la puerta”. Yo abro la puerta, él llega con el pollo y todos: “¡Vamos todos presos y tú comprando pollo!”. Pasamos como 15 o 20 minutos, imagínate la incertidumbre. Al final del día los adultos [del equipo] somos dos, los demás son carajitos que me entregan sus mamás. “¿Qué hago? ¿Cómo los saco de aquí? ¿Cómo logro que no los toquen?”.
Vuelve la Guardia Nacional y toca la puerta: “esto es un allanamiento”. Yo me convierto en un tipo de tres metros: “Ya le dije que no, si usted no me trae una orden. Y si usted tiene alguna posibilidad real de hacer algo, lléveme presa. ¿Qué le parece? Pero llame por teléfono primero. A [Nicolás] Maduro, a Jorge [Rodríguez], a Delcy [Rodríguez], al Cavernícola [Diosdado Cabello], a toditos. Pero si te pelas con uno, el que se va a joder eres tú. Pero dale, pues. Porque para tocarlos a ellos, primero voy yo. Te espero aquí, a mi cuarto no pasas. Después que tú los hayas llamado a todos y todos te hayan dicho que sí te puedes llevar a presa a Delsa Solórzano, échale bola”. El carajo se chorreó, se fue. Cuando yo veo que el señor baja en un ascensor, nosotros echamos a correr, a correr en el ascensor de descarga y salir por detrás. Es irnos, huir, escapar. Pero obviamente la gente siempre te ayuda: porque no podrías escapar si no hay alguien que te abre una puerta, si no hay alguien que omite tu nombre o que olvida que vio una árabe rara entrando a determinados sitios. Porque ese día salimos normal, pero he tenido que disfrazarme: desde ponerme una peluca amarilla, que no me queda muy bien, hasta ponerme un burka. Me ha tocado de todo para poder pasar, porque a veces necesitas una cama después de pasar dos días en una camioneta.
¿Y has tenido enfrentamientos con grupos irregulares del chavismo, como los colectivos?
Una vez estábamos en La Guaira y estaba con una señora espectacular, hoy en día forma parte del partido; es una negra bellísima con el pelo amarillo, un afro. En ese momento ella no era miembro del partido, pero se me paró al lado. Llegan unos colectivos [a amedrentarnos] y Daniel [director de comunicaciones de Encuentro Ciudadano] estaba peleando, porque nosotros nos cuidamos entre nosotros. Y viene un colectivo. Yo soy burda de chiquita y si me mete una mano me tumba. Pero la vieja se acerca con aquella energía y le dice [al colectivo]: “fulano, yo no te crié así”. Yo digo: “Dios mío, ¿qué es esto?”. Y ella le dice al colectivo: “Me haces el favor y te vas para la casa. Porque tendrás mucho tamaño, pero te meto tu chancletazo igual. Te me vas, no joda”. Y el tipo: “mamá, son traidores”. Y la señora le dice: “Que usted se me va. Yo estoy con Dersa”. Y el tipo dio media vuelta y se fue.
¿Dirías que las estructuras del PSUV están debilitadas en las regiones?
Yo no veo el PSUV en ningún lado. Yo veo una estructura clientelar, que no es lo mismo que un partido político.
¿Y esa estructura clientelar la ves debilitada?
Está debilitada porque se fundamentaba en “¿qué te doy?”. El CLAP no llega, la bombona de gas no llega. Tú vas para Altos de Lídice –nosotros lo hicimos ayer– y tú ves que incluso hay discriminación en la bolsa del CLAP. En la parte baja del barrio llega un tipo de comida. Siempre es una cosa incomible. Pero esta semana llegó pollo y mortadela a la parte más urbana. A la parte de arriba no llegó pollo y mortadela. Llegó arroz con gusanos. Lo vi. Eso no me lo contó nadie. Llegó una cosa que es como una harina, que todo el mundo se queja de esa harina, y llegaron granos. No llegaron proteínas en la parte alta. La gente te dice: “yo no hago nada con eso”. Hay una señora que me dijo: “yo como dos veces al día.” Comer [en ese caso] es una arepa sola, viuda, y en la tarde cualquier cosita. “Podría comer tres veces”, te dice ella, “pero yo eso no me lo voy a comer”. ¿Sabes qué está haciendo la gente? La gente recibe el CLAP para dárselo al que tiene menos aún. Ahora está de moda una cosa que llaman el cambio, pasan como el ropavejero de El Chavo del 8: “Cambio, cambio, cambio”. Entonces yo que tengo plátano te lo cambio por otra cosa. El trueque del CLAP.
Tú has mencionado que además has visto a los beneficiarios de esas redes clientelares, por ejemplo, empleados de las alcaldías, yendo a las concentraciones tuyas y de María Corina Machado.
Lo hemos visto. Se terminan abrazando y llorando y pidiéndote una foto. María Corina y yo siempre comemos en el mismo sitio en la vía cuando pasamos por ahí. El baño está en el negocio de al lado. El señor dueño sale y dice “yo quiero una foto con ella”. Yo le digo: “¿cómo no?” y me quito mi pulsera, que dice “todo el mundo con Edmundo” y tiene el logo de la Unidad, y se la regalo. Se toma la foto. Y cuando me voy me dice: “Vamos a ganar, Venezuela necesita cambio. Yo era chavista”.
La cantidad de chavistas no maduristas que te encuentras en la calle es abrumadora. La gente que trabaja en las alcaldías. Tú vas a los hospitales donde se supone que todo el mundo es chavista y donde el que te va a atender es el que depende del CLAP. Allí van los chavistas, los jefes de calle –que generalmente son mujeres– recorriendo los hospitales, anotando quién vino, quién no vino, a quién atendieron, por qué lo atendieron y cómo lo atendieron. Pero cuando sales del hospital, la gente que está ahí –que pasa cinco, seis, siete días esperando que lo atiendan– te echa los cuentos y te dice lo que ha sufrido. Yo les digo: “no te saludo en el momento porque me da miedo que te quiten el CLAP”. Y dicen: “¿qué me van a quitar el CLAP si esa vaina no sirve para nada? Que me lo quiten, no me importa”. Ya la gente no quiere el CLAP. Eso lo estamos viviendo por todos lados a donde vamos.
Nosotros tenemos fotos de gente con sus gorras del 4F, con sus franelas del PSUV, que están en las marchas [de María Corina Machado], escuchando el discurso, aupando lo que se dice, pidiéndole a Dios, esperanzados otra vez. Ahí es cuando tú entiendes el concepto de “la lucha espiritual” que honestamente yo nunca lo entendí mucho porque más allá de lo religiosa que yo puedo ser esto es una lucha electoral contra una dictadura criminal.
¿Y has visto esas simpatías en el sector militar, en las alcabalas, por ejemplo?
En las alcabalas pasan cosas impresionantes. Nosotros hemos visto en decenas de alcabalas, decenas, que te hagan la guardia militar: los tipos se paran de lado y lado y se cuadran. Se le cuadran a María Corina. Yo lo he visto. Eso no me lo han contado. Eso está pasando en cada rincón del país, mira que hemos recorrido el país de punta a punta. No hay rincón al que no hayamos ido. Yo por lo menos cuatro veces recorrí el país el año pasado y ya eso estaba ocurriendo. Hoy que hay unidad, que hay candidato, que hay tarjeta, que hay fecha… el cambio está en la calle. Ahí [en la oficina de Encuentro Ciudadano] está la gente de Caracas y de Miranda auditando [los testigos de mesa]. Y están recibiendo amenazas. Los colectivos les dicen: “si tú vas a ser testigo… pobrecita tu familia”. Y la respuesta es: “Sí, no importa: total, ¿qué me vas a quitar? ¿La patineta?”.
Una vez llegamos a una alcabala en Delta Amacuro. Nos habían dicho: “no van a pasar”. Yo le dije: “Ay mi vida, sí voy a pasar.” El militar dice: “Maduro tiene acto en la calle de al lado”. Y yo le digo: “Ok, no va a ir nadie. Mejor. Porque cuando termine, se van para nuestra concentración”. Responde: “Diosdado dijo”. Luego nos paramos en la entrada de un sitio y un militar nos dice: “Párese a la derecha”. Me paro. Luego, treinta metros después, me paran de nuevo y me dice: “a la derecha”. Y yo le digo: “mi amor ¿qué más a la derecha me voy a ir? Si a la derecha ya lo que está es el comando”. Y el tipo me dice “a la derecha, porque la izquierda murió”.
Mira, en Bolívar nos para una alcabala y hay una mujer funcionaria. Bajan el vidrio y ella no me ve. Y le pide 20 dólares al conductor. Yo asomo la cara y es cuando ella se da cuenta que voy yo en la camioneta. Mira, aquella mujer cuando me vio yo sentí que se le fueron los colores del rostro. Se aterrorizó. Yo le digo: “Estás pidiendo plata, ¿de verdad? ¿Tú no sabes que eso es delito?” Me dice: “Delsa, no me grabes. Tengo dos días parada aquí porque no tengo relevo, lo que tengo es hambre”. Saco el paquete de pan con Diablitos y que tengo en la camioneta y se lo di. Siempre después que te van te dicen: “cambien esto, no se dejen joder” o te dicen “las mujeres no se dejan joder, es distinto”. Yo creo que también tiene mucho que ver con que somos mujeres y la gente confía más por alguna razón y tiene que ver con la necesidad de dar a los hijos el país que hoy no tienen. Creo que hay una vinculación con eso.
Hablando de liderazgo femenino, ¿cómo ha funcionado ese dúo con María Corina Machado en las giras?
¡Estupendo! Obviamente no es fácil. Hay dos personas del equipo de gira, María Teresa Clavijo –coordinadora de Aragua– y otra chama del equipo y bueno, la subimos [en tarima] entre ellas y yo. Si te agachas a saludar, si te descuidas, te jalan. Tú necesitas a alguien que te agarre por el pantalón. A mí me pasa y yo no soy María Corina. Nosotras nos acompañamos para que la cosa salga bien. Cuando tú admiras a la persona con la que estás trabajando y con la que estás luchando, las cosas fluyen de mejor manera.
Además, para las mujeres esto es tan difícil. Escuchar toda tu vida que nos trataban de… “la mujercita esa”, “la loca”, “ay, son mujeres”, “amaneciste de mal humor, tienes la regla”. Eso lo escuchas toda tu vida. Yo he optado que, por cada vez que voy a prender un lío, digo “que conste que hoy no tengo la regla”. Es complicado y al saber que hoy el país por primera vez se dio cuenta de que somos seres humanos y que somos igualmente capaces de conducir, sientes que lo lograste o que lo estás logrando, mejor dicho. Y que estamos abriendo el camino para las niñas que vienen atrás, que no la tengan ellas tan difícil como la tuvimos nosotros.
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