¿Qué hacer frente a las elecciones del 25M?

El dilema de votar o boicotear es solo parte de un problema más profundo. Fortalecer la sociedad en su conjunto, en lugar de apoyar ciegamente o centrarse en el voto, debe ser el camino a seguir

Invasión es la leyenda de una ciudad, imaginaria o real, sitiada por fuertes enemigos y defendida por unos pocos hombres, que acaso no son héroes. Lucharán hasta el fin, sin sospechar que su batalla es infinita Jorge Luis Borges

Mientras la Tiranía de Schrodinger simultáneamente se consolida en lo político y se hace económicamente inviable, muchos se preguntan qué hacer ante las venideras “elecciones”: ¿votar o abstenerse?  

La respuesta corta es: “nada”. Mejor sería reagruparse con la vista en la lucha contra la reforma constitucional, la defensa de derechos fundamentales y la sobrevivencia en el nuevo tsunami económico que, probablemente, se avecina. 

Pero ese “reagruparse” implica salir de un debate repetitivo entre voto y abstención que ya es menos de la sociedad venezolana que de las élites defenestradas que, hasta hoy, han comandado las nuestras oposiciones. Y más aún implica cambiar el significado de lo que llamamos oposición. Y eso es tan difícil como sobrevivir el desastre y la represión.

Los que votan

En una entrevista reciente, Andrés Caleca explica sus razones y las de su partido para participar en las próximas elecciones: la campaña electoral sería lo que le daría visibilidad a una oposición que, dada la represión, no puede aparecer de otra manera. “En una dictadura como esta ya no puedes organizar una manifestación, porque terminará con gente presa o muerta”.

Es una afirmación desconcertante porque el Comité por la Libertad de los Presos Políticos y varios sindicatos, incluido el de profesores universitarios, han tomado las calles recientemente. ¿Será que eso no es oposición? ¿Será que organizar profesores, jubilados y familiares de presos no es “organización y proselitismo político”? 

Pero Caleca tiene razón en que “hay que organizar a la sociedad de tal manera que se convierta en un movimiento amplio e inderrotable”. Ese, en efecto, es el objetivo, pero el problema es que él no sólo reduce la política a “fortalecer a los partidos”, sino los partidos a comités electorales que, a su vez, reducen la sociedad civil a un banco de votantes.

De ahí que la crítica que hace a la falta de estrategia de los abstencionistas se pueda aplicar con más fuerza a su propio campo: ¿donde está la estrategia de los electoralistas además de votar compulsivamente? 

Los que se abstienen 

Recientemente María Corina Machado ha intentado recuperar algo de épica para su discurso: su aparato de propaganda ha vuelto hablar de VEN, el “movimiento de movimientos” que estarían construyendo en las sombras usando la organización creada durante la campaña electoral, dejándonos la duda quemante de por qué eso no se está haciendo desde hace meses, incluso desde antes del fraude. ¿Por qué esperar hasta ahora para construirlo?

Ahora se nos dice que la oposición el año pasado usó la estrategia del enjambre (¿?)cuando apenas fue una propuestay se nos anuncia una misteriosa actividad clandestina que “presionará a Maduro desde las sombras” sin decirnos realmente en qué va a consistir, de paso, mezclando la noción de lo clandestino con la de la desobediencia civil.

Y sindicatos, organizaciones campesinas y movimientos sociales son también culturas cuya existencia cambia totalmente la visión del mundo de la gente.

Pero clandestinidad y desobediencia civil no son lo mismo: buena parte de la desobediencia civil ocurre a la vista pública, e incluso la actividad más clandestina siempre se deja ver, o en sus efectos o porque la organización clandestina los divulga. Los quién, cuándo y cómo de la clandestinidad son secretos, pero el qué tiene que ser público, de otra manera todo se reduciría a tener fe en los actos de un poder invisiblecomo María Corina quiere. 

En realidad, la apuesta de Machado sigue siendo el poder visible de Trump y, como ya comentamos, es muy difícil y hasta ilógico crear un supuesto “movimiento de movimientos” bajo la sombra de su firma política, que claramente es una particularidad y no el conjunto de la oposición.

“Nadie se salva solo”

Recientemente se estrenó en Netflix la serie El Eternauta, basada en el legendario cómic de Hector Oesterheld, una historia de ciencia ficción sobre cómo las personas comunes se organizan para resistir a la invasión y el desastre, un tema recogido en la hermosa e inquietante película Invasión (cuyo guión escribió su director, Hugo Santiago, con Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares), en que un grupo de anónimos defienden clandestinamente a su ciudad de una invasión también clandestina. 

Ficciones como esa habrían sido inconcebibles en Venezuela, donde la consigna “nadie se salva solo” solo podría ser abusada por algún político, como ya lo han sido la “resistencia” o la “democracia participativa”. Es que, independientemente de su pasado de autoritarismo y caudillismo, la sociedad argentina y otras del Cono Sur heredaron una idea de lo político cuya complejidad y riqueza son inconcebibles en un simple petroestado como el venezolano. 

Como nunca hubo una sólida industrialización en Venezuela, nunca hubo sindicatos poderosos. La rápida disolución de la agricultura no permitió que surgieran grandes movimientos campesinos, y los movimientos urbanos y barriales no tuvieron mucha fuerza y luego fueron capturados por el chavismo. 

Si la palabra “oposición” no comienza a significar “lucha contra la dictadura” o “fortalecer la sociedad” en vez de “fortalecer a los partidos” o “seguir a María Corina”, seguiremos en el cuento del gallo pelón.

Y sindicatos, organizaciones campesinas y movimientos sociales son también culturas cuya existencia cambia totalmente la visión del mundo de la gente. Para bien y para mal, son el medio en que se inventan instituciones y nacen partidos y liderazgos. Su debilidad en Venezuelacomo organizaciones y como culturaestá en la raíz de nuestra debilidad ante el elitismo y el autoritarismo. Esa debilidad es inseparable de una historia en la que el precio del temprano fin de las dictaduras fue la reducción de la sociedad civil a un bonsai en el jardín de los partidos y las élites económicas. 

Pero Venezuela no es el primer país que vive una dictadura o donde la oposición tiene que pasar a la clandestinidad. Las visiones sesgadassi no engañosasde lo que son la movilización política y la actividad clandestina bajo una dictadura confunden más a la gente y son parte de un debate interno entre las viejas élites, que refleja sus creencias, intereses y preocupaciones más que las exigencias del momento.

Así, la cuestión de votar o abstenerse es menos del ciudadano comúncuyo problema es que se encuentra inerme ante la represión y el desastreque de las élites y dirigencias políticas que buscan recuperar su lugar, o el mundo que conocieron.  

Ante una situación como esta, sólo cabe preguntarse: ¿cuál es la acciónsi es que existe unaque nos saque de este déjà vu y pueda hacer posible una historia en que las personas comunes seamos capaces de salvarnos unas a otras, o al menos de intentarlo?

Liberen al bonsai

Ya muchos están dando el siguiente paso: comenzar a organizarse en torno a demandas comunes, creando nuevas organizaciones ad hoc (como el Movimiento por la Libertad de los Presos Políticos y las organizaciones de jubilados, o de madres y parientes de jóvenes asesinados por el FAES) o revalorizando otras existentes como los gremios y sindicatos (particularmente el de los depauperados profesores universitarios). Es decir: unir, agregar y organizar a la gente para que no esté sola.

Ya hemos discutido cómo esa es una tarea difícil, tal vez imposible, amenazada por el desastre y la represión, tras la cual lo lógico sería coordinar todas las luchas separadas en una organización híbrida, parte clandestina y parte pública, que sea el esqueleto de ese “movimiento amplio e inderrotable” del que habla Caleca. 

Pero, como ya hemos dicho también y repetidamente, ese movimiento no se puede construir a la sombra de los partidos y élites tradicionales, que no ven más allá de su propio ombligo y periódicamente nos devuelven al mismo déjà vu, al mismo día de la marmota: el cuento del gallo pelón donde el que habla de la dictadura que no sale con votos recibe como respuesta la defensa el poder del voto. 

Ante semejante falta de imaginación política y de sentido histórico, la suerte de la oposición depende más de si esa sociedad bonsai puede comenzar a crecer, que de las diferencias entre los jardineros que se pelean por las tijeras. 

Esa lucha por liberar el bonsai se libra en muchos lugares, incluido nuestro cerebro, pues es también una lucha por los significados. Si la palabra “oposición” no comienza a significar “lucha contra la dictadura” o “fortalecer la sociedad” en vez de “fortalecer a los partidos” o “seguir a María Corina”, seguiremos en el cuento del gallo pelón.

Más allá del espejismo electoral y del cabildeo en Washington, de las batallas de mentiras, está la lucha contra la reforma totalitaria de la constitución. Está la defensa de derechos fundamentales. Está la supervivencia colectiva. Está la necesidad de una estrategia realista para organizar y fortalecer a la sociedad venezolana, en vez de pseudo estrategias fantasiosas para transiciones en el corto plazo que nunca ocurren.

Ojalá que en los próximos meses nuestros debates ya no sean el eco de lo que las viejas élites discuten entre ellas, sino de lo que las personas comunes hacemos, en nuestro entorno inmediato y más allá, para hacer posible otra historia donde la gente, heroica o no, pueda resistir desastres e invasores.

Como dice el joven al final de Invasión, “ahora nos toca a nosotros. Pero tendrá que ser de otra manera”.

Jeudiel Martínez

Sociologist and writer, currently a refugee in Brazil. Formerly a literary editor for the Biblioteca Ayacucho Ilustrada project and a guest lecturer at UCV. An otaku, geek, and combat sports enthusiast particularly interested in political sociology, pop culture, and speculative fiction.