Dejémonos de cuentos sobre una supuesta comunidad internacional democrática
Creer que ha existido un orden internacional justo, o que Venezuela formó parte de una liga de democracias impolutas, desorienta nuestras esperanzas de cambio y confunde nuestras aspiraciones como país


De aquellos polvos, estos lodos —Proverbio español
En medio de noticias de guerra y la sensación de que entramos en un conflicto global, en las redes se está repitiendo aún más el eslogan sobre “el fin del orden internacional basado en reglas” que resume la narrativa de que un sistema internacional democrático habría existido hasta hace poco. El “éramos felices y no lo sabíamos” pero a escala global.
Ese slogan implica una narrativa falsa que olvida—estratégicamente—cómo Israel no sólo puede de facto tener armas atómicas, sin acogerse a los tratados de no proliferación nuclear, sino cometer sistemáticamente atrocidades sin siquiera ser sancionado. O cómo Rusia, EEUU y otras potencias le ofrecieron a Ucrania garantías de seguridad a cambio de que renunciara a su arsenal atómico sólo para que Rusia la invadiera y EEUU se negara a defenderla—tal como estaba comprometido en el memorándum de Budapest cuya violación fragrante Zelensky denunció.
Pero las leyes y reglas internacionales no eran ficticias: se suspendían o aplicaban a conveniencia de los más fuertes. Rusia, China e Irán nunca las han obedecido y EEUU y los países de la OTAN las esgrimieron como armas sin pretender nunca ni respetarlas ni hacer que sus socios lo hicieran. EEUU cometió en Irak y Afganistán crímenes de guerra comparables a los de Rusia en Ucrania e Israel en Palestina sin enfrentar nunca ningún tipo de consecuencias.
De hecho Obama, en Hiroshima, les dijo a los japoneses que EEUU no podía ser responsabilizado de ninguna manera por el bombardeo atómico del 45, una declaración sincera rara en una era de hipocresía. En realidad el orden internacional basado en reglas, como mostraron expertos como Alain Joxé, fue saboteado sistemáticamente por aquellos que decían ser sus defensores de una manera inquietantemente similar cómo las policías del “tercer mundo”—y a veces del primero—sabotean las leyes y el Estado de derecho.
¿Cuándo hemos vivido en un mundo en el que gentiles democracias defendían el derecho internacional castigando tiranos, genocidas y criminales? ¿No vimos en vivo y directo los genocidios en Ruanda, Sudán y Gaza ante la indiferencia de esas “democracias” que desde su origen hasta hoy han perpetrado crímenes de lesa humanidad o apoyado a sus perpetradores? ¿En qué momento incluso especialistas y personas educadas empezaron a dar por sentado esas narrativas casi orwellianas?
Vivir del cuento
En Venezuela ocurre algo muy parecido. Desde hace décadas las oposiciones defienden la narrativa—¿o el mito?—de que antes de 1998 vivíamos una especie de utopía democrática que dejaba a países como Noruega o Finlandia en pañales. Abundan historias melancólicas sobre la virtud de los políticos puntofijistas que, frecuentemente, contrastan con la manera en que eran percibidos por sus contemporáneos.
Pero más inquietante que esa melancolía general es que una dirigencia que parece ya no tener más oficio que vender narrativas sostiene ahora un mito aún más hipócrita y falso que los del pasado: el de que el orden internacional basado en reglas sigue existiendo y sus virtuosos campeones están en plena cruzada contra regímenes criminales.
Cóctel ochentoso de las fantasías militares de Delta Force con Chuck Norris con las financieras de Wall Street con Michael Douglas, la narrativa mariacorinista no sólo es mentirosa, invita a creer que autocracias maduras como las de Israel y El Salvador, o en pleno crecimiento como las de Estados Unidos y Argentina, son en realidad florecientes democracias defensoras del Estado de derecho. Es difícil no considerarla parte de la propaganda de esos regímenes.
En realidad la democracia no muere—sea degollada o estrangulada lentamente—cuando las autocracias llegan al poder, sino que las autocracias llegan al poder porque la democracia ya está muerta o agonizante…
La cuestión se ramifica en una política basada en vender cuentos a quien no quiere comprarlos y en una memoria distorsionada por un marco temporal erróneo, que desorienta y confunde en un país ya aturdido por la represión y el desorden planetario.
Aunque no se va a combatir la desdemocratización y el auge de las tiranías y autocracias con meras narrativas, las narrativas son herramientas: traducen ideas a relatos, haciéndose más memorables y comprensibles, a la vez que relacionan presente, pasado y futuro en una trayectoria determinada.
Pero la “muerte de las democracias” a la que se refiere nuestra oposición es un punto de partida pésimo. En realidad la democracia no muere—sea degollada o estrangulada lentamente—cuando las autocracias llegan al poder, sino que las autocracias llegan al poder porque la democracia ya está muerta o agonizante, sin capacidad de contenerlas.
Trump y Chávez son producto de largos procesos de desdemocratización. ¿Obama no era ya el “deportador en jefe” cuando la noción de que alguna vez pudiera existir una presidencia de Trump era todavía un chiste? ¿Olvidamos también el Acta Patriótica, Guantánamo y Prism, a partir de 2001? ¿O como el escándalo Irán-Contra, a finales de los 80, sancionó de facto la impunidad del presidente de Estados Unidos? ¿La corrupción inherente al sistema de lobbies y financiamiento de campañas? De hecho, el magnate encontró no sólo una Gestapo y un Archipiélago Gulag listos para usar sino toda una maquinaria autocrática que no más esperaba un piloto.
Otro cuento es posible
En Venezuela, tanto la clase media de Caracas, Valencia y otras grandes ciudades, como los restos de la intelectualidad cultural y universitaria, ven en el pasado puntofijista una Ítaca a la que sueñan con volver. ¿Cómo podrían contar otra historia, si nuestras referencias intelectuales siguen siendo, en su mayoría, intelectuales orgánicos del Puntofijismo, viudas, albaceas y apologistas de un régimen muerto? ¿Si nuestra opinión pública es tan diversa como el icónico sofá de Friends?
¿Qué tan democrática era la democracia de la Ley de Vagos y Maleantes? ¿Era igual de democrática la democracia en Caracas y en el Sur del Lago de Maracaibo? ¿Era la misma democracia para los criollos que para los yukpas o los pemones? ¿O para el barrio y para la urbanización? ¿Qué otro poder tenía el venezolano común además de votar? ¿Cuánta democracia había para los pobres? ¿La corrupción no era ya sistemática e institucional?
Sabemos que había un Poder Legislativo independiente, pero ¿alguna vez hubo un Poder Judicial que realmente lo fuera? Y esos pequeños dictadores de antaño, los Policías Metropolitanos, los Guardias Nacionales, los militares corruptos y los agentes de la DISIP, ¿no eran como semillas esperando la hora de germinar como FAES, CONAS, SEBIN y DGCIM? ¿No sería más bien que el chavismo cosechó lo que sembró un régimen oligárquico y profundamente corrupto?
¿Y si la lucha por la democracia venezolana es a largo plazo, incluso si la dictadura cae, porque un mero cambio de gobierno no equivale a una “transición democrática”?
Todo esto nos dejó una sociedad sin entrenamiento ni medios para luchar por su libertad, instituciones frágiles, dirigencias que nacieron y se formaron en una política decadente, burocrática y electorera y por tanto no tienen—y nunca han tenido—la más mínima noción de cómo encabezar una lucha democrática. En esas narrativas tontas, la maravillosa democracia venezolana cayó de golpe y porrazo por el error o la maldad de alguien… y de golpe y porrazo retornará—pues la dictadura siempre está a punto de caer, siempre en crisis (en lo que, por cierto, lleva décadas).
(Se podrá objetar que hay otra narrativa, sobre una transición lenta y progresiva, donde el poder del voto se impone poco a poco, pero esa no es realmente una de oposición sino una fantasía de sectores que han sido amaestrados por el Madurato y tienen con el amo la misma relación triste que el mono con el organillero).
Ante eso ni tú ni yo vamos a escribir solos una nueva narrativa para la lucha democrática. Todo lo que uno puede hacer son propuestas o indicaciones. ¿Qué tal si el “orden internacional basado en reglas” es una demanda casi utópica, un proyecto que hay que rescatar de lo imposible, y no algo para dar por sentado? ¿Qué tal si no hubiesen regímenes democráticos puros que “nacen” y “mueren” sino democratizaciones que avanzan y retroceden?
¿Si, más que defenderla o restaurarla, a la democracia hay que reinventarla constantemente y conquistarla una y otra vez?
¿Qué tal si el chavismo fue el resultado final de una larga desdemocratización que comenzó, tal vez, desde el 73? ¿Y si el puntofijismo no fue un Edén democrático sino el huevo en que se incubó la serpiente autoritaria? ¿Y si la lucha por la democracia venezolana es a largo plazo, incluso si la dictadura cae, porque un mero cambio de gobierno no equivale a una “transición democrática”?
¿Y si la democracia no se hace con los políticos y los partidos sino a pesar de ellos, a veces contra ellos, con medios nuevos que todavía no hemos inventado y siguiendo a líderes que estamos por descubrir?
¿Y si nuestra historia no es una Odisea en la que volvemos a una Ítaca que nunca existió, sino una Eneida tropical, visceral, ciberpunk, donde Afrodita es María Lionza y una multitud de Eneas cargan a sus niños y ancianos—su memoria y su promesa—más allá del desastre, a través del espacio y el tiempo, para fundar algo nuevo dejando atrás una Troya por la que no vale la pena sentir nostalgia?
¿Y si este es apenas el relato de origen de un pueblo magnífico que no somos nosotros pero que nacerá de nosotros y fundará otra Roma—u otra Venecia—en un mundo futuro que ni podemos imaginar? ¿Qué tal si somos apenas personajes en la precuela?
Esa sí sería una buena historia. En todo caso mejor que la que nos están vendiendo los vendecuentos.
Caracas Chronicles is 100% reader-supported.
We’ve been able to hang on for 22 years in one of the craziest media landscapes in the world. We’ve seen different media outlets in Venezuela (and abroad) closing shop, something we’re looking to avoid at all costs. Your collaboration goes a long way in helping us weather the storm.
Donate