Releyendo Las lanzas coloradas

Arturo Uslar Pietri era un emblema de rigor y serenidad, un sabio imperturbable. Pero su novela de 1931 es una mirada descarnada a la crueldad de la Guerra a Muerte

Uno de los muchos problemas con el concepto de la lectura obligatoria es que uno ignora u olvida que los libros que te hacen leer en la escuela en efecto pueden ser buenos. Problema que empeora cuando, como pasa en muchos casos, los mismos docentes de literatura no saben apreciarlos y mucho menos hacer ver a sus alumnos las virtudes de los libros que el programa dice que deben leer.

Es lo que pasaba, al menos en mi generación, con novelas históricas venezolanas como Las lanzas coloradas, de Arturo Uslar Pietri. Tienes que alejarte de aquel momento en que debías leerla a juro para evaluarla con las herramientas del lector adulto y del venezolano de 2025, y decidir por tu cuenta qué te parece la primera y más famosa novela del sabio paradigmático del siglo XX en Venezuela. Al principio te va a costar, pero sigue leyendo, que cuando comienza la acción, te pueden sorprender su vitalidad y su crudeza.

La película que no fue

Como en Doña Bárbara, aquí también hay una indígena hechicera al servicio del mal, un vecino asesino que roba tierra ajena, blancos que se vuelven locos en la selva. Como en País portátil, la violencia política es el centro de la historia. En Las lanzas coloradas (cuyo título alude a un testimonio de José Antonio Páez que le sirve de epígrafe) la atención se centra en una hacienda de los valles de Aragua, El Altar, y en lo que le pasa a sus tres protagonistas: los dos amos, el hermano indeciso y sensiblero, y la hermana que ignora lo que pasa a su alrededor; y el capataz, Presentación Campos, un matón pardo de quien nos dicen desde el primer momento que desprecia tanto a los esclavos a los que maltrata como a los amos a los que no ve la hora de reemplazar, a la fuerza, mediante la guerra que ha estallado en la región.

La acción se despliega entre 1812 y 1814, entre el colapso de la Primera República y el auge de la Guerra a Muerte, en la que caerá la Segunda República bajo las huestes de caudillos realistas como José Tomás Boves. Uslar Pietri, que había tenido contacto con las vanguardias, invertía más en lo estético, y con su libro previo, Barrabás y otros relatos, había introducido muchas cosas nuevas en la literatura venezolana. Pero aquí hay defectos narrativos que la eficientísima Doña Bárbara no tiene. Al menos para mí, Uslar Pietri era un historiador y un ensayista más que un narrador, y eso se siente en su esfuerzo por asomarnos, a través del joven hacendado Fernando, a las ideas de las primeras sociedades patrióticas en Caracas, un debate ideológico entre el pensamiento colonial católico y el que venía de la Revolución Francesa que uno no suele encontrar en las novelas históricas de nuestra literatura. Funciona para hacerte ver qué tenían en la cabeza esos revolucionarios de la élite criolla, pero tiene el aire de las escenas dramatizadas en un documental de National Geographic. En pocas páginas se resume cómo ese idealismo clandestino degeneró en la Guerra a Muerte. Está bien si ignoras la historia venezolana, pero como novela, es sobrevolar un material riquísimo como si no valiera nada.

Mientras Fernando es un héroe romántico que puede pasar una noche sin dormir por una especie de crisis mística, Presentación Campos parece de una maldad automática sólo por venir de una casta intermedia, entre las víctimas que son los indígenas y los esclavos, poco más que animales que apenas saben hablar, y entre esos blancos tan impresionables que saltan entre el fanatismo religioso y el político. Sin embargo, es más verosímil que Fernando, al igual que los hacendados que se rebelan ante los republicanos que los quieren forzar a apostar el patrimonio que les queda por una causa perdida. Uno casi puede imaginarse a los empresarios del siglo XXI decidiendo a cuáles candidatos van a financiar en cada elección.

Las lanzas coloradas debe haberse sentido como un ventarrón de modernidad y de libertad creativa en un país que venía del gomecismo, y antes, del culto patriótico creado por Guzmán Blanco.

Cuando Presentación prende candela a todo y se lleva a los esclavos a la montonera de Boves, la cosa se pone mejor. Se produce lo que esperamos de una novela histórica: que nos lleve a ese momento y ese lugar. Uslar Pietri logra hacernos ver cómo se veían las cosas en el espantoso 1814. Cómo los hacendados perciben que, desde el terremoto de 1812, el contraataque de Monteverde y sobre todo las matanzas de Boves la revolución parece algo acabado que hay que dejar atrás. Cómo se forman esas bandas de exterminio y saqueo que caracterizan los meses en que Boves es el actor principal de la guerra.

Esta no es una novela patriótica, y basta con compararla con ese panfleto que es Venezuela heroica para sentir la diferencia de óptica, y preguntarse cómo sus lectores iniciales pudieron haber reaccionado. Se debe haber sentido como un ventarrón de modernidad y de libertad creativa en ese país que venía de décadas de gomecismo y, antes de eso, del culto patriótico creado por Guzmán Blanco. Alguien que no haya leído antes este libro puede sentir algo similar, frente a la exaltación de la guerra de Independencia y hasta de Boves que el chavismo promovió.

Debe haber sido la primera novela que, fuera de las crónicas de las que se alimentó, como las del realista José Domingo Díaz, se haya metido dentro de la violencia y del desmoronamiento de esa sociedad durante la Guerra a Muerte, cuando el orden colonial colapsó entre Valencia, Carúpano y el Orinoco. Uslar Pietri estaba en efecto trayendo algo nuevo al gran relato nacional, y no sólo por la influencia de la literatura moderna de aquel momento.

Uslar Pietri fue uno de los que insistió hasta el final en que nuestra salvación estaba en la educación, no en el fanatismo, y en el trabajo, no la devastación.

Como le contó muchos años después a Rafael Arráiz Lucca, quería producir una nueva historia sobre la Independencia, a propósito del inminente centenario en 1930 de la muerte de Bolívar. Uslar Pietri quería hacer una película épica como las que producían los soviéticos en aquel momento, como Alexander Nevsky o Iván el Terrible. El proyecto no avanzó, pero el guión que escribió terminó siendo la base de una novela que tiene muy buenas escenas, y que sigue teniendo interés casi un siglo más tarde.

La fundación de un discurso

Las lanzas coloradas fue escrita en París entre 1929 y 1930. Es decir, es una novela sobre el pasado venezolano concebida desde la distancia, en ese lugar tan tenso pero de tanta efervescencia cultural como fue la Francia de entreguerras, donde Uslar Pietri vivió varios años como agregado cultural en la embajada antes de volver a Caracas en 1934. Habría de pasar varias veces eso de que cuando estaba fuera de Venezuela, el prolífico e incansable Uslar Pietri, desprovisto del contacto directo con el mundo venezolano, se metía en una novela. En 1947 usó otro periodo fuera, pero en Nueva York, exiliado por el golpe del 45, para escribir otra novela histórica, El camino de El Dorado.

Sacó dos novelas más en los años 60, Un retrato en la geografía y Estación de máscaras, de una trilogía inconclusa. En 1976, cuando estaba de nuevo en París como embajador en la Unesco, volvió al género con Oficio de difuntos, su aporte a la tradición latinoamericana de la novela de la dictadura, sobre Juan Vicente Gómez. También en París escribió La isla de Robinson, acerca de Simón Rodríguez. Luego ganaría el premio Rómulo Gallegos con una última novela que no fue redactada en el exterior ni tiene como protagonista a un venezolano: La visita en el tiempo, sobre Juan de Austria.

En 1931, cuando se publicó Las lanzas coloradas (igual que con Doña Bárbara, primero en Madrid, pero con otra editorial, Zeus), Uslar Pietri apenas tenía 25 años. Faltaban cinco para que publicara el artículo de opinión más influyente de la historia de Venezuela, no porque le hicieron caso, sino porque lo ignoraron: “Sembrar el petróleo”. En esta novela no está el “excremento del diablo” pero sí una de las obsesiones particulares de Uslar Pietri: El Dorado, metáfora del vicio de buscar la riqueza fácil, así sea mediante la violencia, en vez de construir una sociedad trabajadora y productiva desde la agricultura hasta la industria. La misma preocupación que seguimos teniendo en 2025, y que Uslar Pietri no inventó, porque lo precede. Hasta podríamos decir que está entre nosotros desde que los conquistadores acabaron con las reservas de perlas en Margarita a principios del siglo XVI.

La Historia quiso que Las lanzas coloradas, primer libro importante del gran intelectual liberal de quien la izquierda venezolana siempre desconfió, fuera publicado en la Colección Bicentenario del Centro Nacional del Libro, con el prólogo de un tal Maduro.

En ese sentido, esta ficción histórica está conectada con el pensamiento de su autor, un pensamiento que se tradujo en una montaña de contenido y en ciertos momentos de fuerte influencia en la vida nacional, a lo largo de una vida extensa y de extraordinaria productividad. Hablar de lo que hizo Uslar Pietri como político, profesor, divulgador en televisión, ministro de Educación, senador, editor, embajador y hasta candidato presidencial necesita muchos artículos; ya es bastante ocuparse de su legado literario, por el cual recibió el Premio Príncipe de Asturias. Fue uno de los más trabajadores de los grandes hombres públicos venezolanos del siglo XX, gente que hizo miles de cosas a lo largo de su vida. Y uno de los que insistió hasta el final en que nuestra salvación estaba en la educación, no en el fanatismo, y en el trabajo, no la devastación. Falleció cuando una nueva ola de fanatismo y devastación se erguía sobre el país para el que tanto trabajó; nada de lo que ocurrió le habría sorprendido.

El primero de los Uslar era un soldado de fortuna, un oficial alemán que peleó por Inglaterra en las guerras napoleónicas y luego se alistó como uno de los expedicionarios británicos que los patriotas reclutaron en Europa. Johannes von Usseler terminó convertido en amigo cercano de Páez y en miembro de la élite de 1830, casado con una valenciana, Dolores Hernández, y con una finca en Tocuyito. La Venezuela que conoció es la que luego describirían sus bisnietos: el escritor Arturo y el historiador Juan, quien con su libro Historia de la rebelión popular de 1814 dejó uno de los clásicos que sustentan la tesis de que la guerra de independencia no fue un conflicto internacional sino una guerra civil, que ha sido defendida desde la vieja izquierda y el chavismo… y también desde la derecha que hoy reivindica el vínculo con España.

La Historia es complicada y tiende a la ironía; quiso también que Las lanzas coloradas, primer libro importante del gran intelectual liberal de quien la izquierda venezolana siempre desconfió, fuera publicado en la Colección Bicentenario del Centro Nacional del Libro, con el prólogo de un tal Nicolás Maduro Moros que tienen todos esos textos, disponibles para todo el mundo en internet. Allí, en esa novela breve, irregular y todavía imprescindible, aunque no sea obligatoria, están la violencia, la ignorancia de la gente, la belleza del paisaje, la vastedad de la tierra desaprovechada. Nuestras asignaturas pendientes, nuestros traumas. Sirve para recordar que el pasado no es tan ajeno como solemos creer. Y para darse unas horas de buena lectura.