El evangelio según Hugo y Nicolás

Maduro ha intentado capitalizar en la canonización del doctor José Gregorio, pero el chavismo ha virado hacia las iglesias evangélicas después de años de hostilidad con la Conferencia Episcopal Venezolana

Desde 2022, el PSUV incorporó a su repertorio de instrumentos de disciplinamiento y subordinación popular un nuevo recurso inesperado: un proyecto de alianza político-religiosa con Iglesias Evangélicas, con los cuales intentar reconstruir la base electoral del chavismo, en innegable declive desde el viraje autoritario de Maduro y la profundización de la crisis económico-humanitaria.

Antes que una lectura estigmatizante sobre este sector controversial del cristianismo en Venezuela, proponemos un mapa que resalte los claroscuros de esta asociación.

Evangelismo 101

Evangelismo es un término paraguas para referirnos a una pluralidad de denominaciones cristianas que no responden a la autoridad papal. Es decir, siempre debemos hablar de evangélicos en plural, ya que sería injusto identificar a calvinistas, luteranos, metodistas, adventistas, menonitas, presbiterianos, pentecostales o bautistas bajo un solo rótulo, sin reconocer las grandes diferencias que existen entre unos y otros.

En el Catolicismo existe una jerarquía clara: el papa, infalible, es la máxima autoridad a la que responderá toda la estructura eclesial. Las disidencias teológicas o políticas se tramitan discretamente dentro de la Iglesia, y grandes debates esperarán eventos históricos como los Concilios o Conferencias Episcopales para ser tratados abiertamente. En el Evangelismo, en cambio, reina la pluralidad de credo. No existen estructuras verticales, el trato entre Iglesias se da en pura horizontalidad. De ello que algunas denominaciones podrán tender a promover la igualdad de género, los derechos reproductivos de las mujeres o la inclusión de la comunidad LGBTQ+, mientras que otras iglesias evangélicas han tendido a sostener posturas conservadoras, patriarcales y fundamentalistas.

Un error común en el debate público ha sido justamente confundir con el evangelismo a una denominación concreta: los neopentecostales, una variante del pentecostalismo predominante en el Brasil, y conocidos por el empleo de medios masivos de comunicación para difundir su fe (recordemos el programa Pare de Sufrir, emitido por Venevisión), por sus Mega-Iglesias donde los pastores actúan como celebridades y presentadores televisivos, protagonizando escenas de milagros, curaciones y exorcismos en vivo; por su alianza política con actores ultra-conservadores, como Jair Bolsonaro, y, especialmente, por su particular teología de la prosperidad. 

Esta creencia sostiene que la seguridad, bienestar y crecimiento económico personal de los hombres depende de la voluntad de Dios, y por ello, estas Iglesias han tendido a demandar de sus feligreses grandes y constantes donaciones de dinero bajo la promesa de su multiplicación por efecto de Dios. Esta es una de las razones de su alto impacto en los sectores más empobrecidos de América Latina, especialmente a partir de los 1990, cuando las reformas neoliberales impactaron regresivamente en la calidad de vida de los sectores populares y ante la desaparición de espacios de organización colectiva tradicionales partidos, sindicatos, movimientos sociales, estas Iglesias lograron, desde la fe, reorganizar la vida de los pobres.

Chávez vs. Conferencia Episcopal

Como en el resto de la región, estas Iglesias tuvieron un leve florecer durante los ‘90, como saldo del declive posterior al Viernes Negro de Herrera Campins, el paquetazo de Pérez y el impacto sociocultural del Caracazo. Construyeron incipientes redes de organización popular en los barrios de Caracas y otras grandes ciudades del país si bien, según el Latinobarómetro de 1995, apenas llegaron a abarcar el 4,3% de la población nacional, y en el programa político original del Movimiento Quinta República estuvo expresado el interés de articular con ellos, junto a católicos y otras religiones minoritarias, un foro interreligioso en el cual discutir un nuevo modelo de país a refrendar primero en las elecciones presidenciales del ‘98, y luego en la Constituyente del ‘99.

Pero las respuestas a esta convocatoria fueron, claramente, plurales. El politólogo David Smilde, en su libro publicado en 2004 Reason to Believe, reconstruyó parte de los posicionamientos políticos evangélicos frente al auge de Hugo Chávez a finales del milenio. Destaca dos posturas que creemos vigentes hasta hoy: una postura plural-liberal, propia de Iglesias que creen necesario sostener y respetar la división y distancia entre Iglesia y Estado, y con ello, no comprometer la fe con la política; y la postura teocrática, asociada al neopentecostalismo y denominaciones fundamentalistas, que identificaron en Hugo Chávez el rol de ejecutor de un plan divino para Venezuela, y por tanto, hicieron explícito su apoyo al nuevo presidente.

No obstante, el vínculo entre el chavismo y las Iglesias Evangélicas terminó ocupando un lugar marginal, cercano al nulo, en la escena pública venezolana. Capaz los contactos se mantuvieron, pero pasaron desapercibidos, o más probablemente, por estrategia política, el chavismo encontró mucho más necesario enfocarse en la población católica, que rondaba el 90% del país. La relación con los evangélicos quedó opacada ante un Hugo Chávez que, desde el golpe de Estado de 2002, se centró en antagonizar a la Conferencia Episcopal Venezolana, acusada de cómplice de la deposición del presidente.

Este antagonismo no era contra la población católica en general, sino contra la “jerarquía eclesial” que Chávez acusaba de traicionar los valores cristianos. El proyecto político del chavismo sobre el campo religioso implicó, desde entonces, disputar (¿fallidamente?) la lealtad de la población católica a los representantes de la Santa Sede en nuestro país: invocando nociones de la Teología de la Liberación Cristiana, como la del Jesucristo Anti-Imperialista o publicitando disidentes internos a la Conferencia Episcopal, de abierta defensa al socialismo bolivariano, como el sacerdote jesuita José Numa Molina.

Esta estrategia fue continuada hasta 2019 por el gobierno de Nicolás Maduro. Frente a una Conferencia Episcopal cuyo presidente acusaba en 2014 al gobierno nacional de pretender promover “un sistema de gobierno de corte totalitario, que pone en duda su perfil democrático”. Denuncia replicada en la Exhortación del 13 de enero de 2016 y en el Mensaje de la Presidencia de la CEV ante las elecciones regionales de 2017. El alto mando del PSUV continuó focalizando su antagonismo a la CEV, retomando el fantasma del golpe de 2002, acusándolo de complicidad con la Oligarquía y de idolatrar el dinero antes que a los valores cristianos; buscando deslegitimar a la Conferencia argumentando que el Papa Francisco desaprobaba su línea política; y con Maduro adjudicándose un papel estelar en el proceso de canonización de José Gregorio Hernández, para conseguir algún grado de prestigio en el imaginario católico.

Pero, en definitiva, en la agenda político-religiosa del chavismo y, concretamente, de la presidencia de Nicolás Maduro, los evangélicos brillaron por su ausencia. Hasta 2019.

Nicolasito al púlpito

La línea política frente a las Iglesias Católica y Evangélicas del PSUV empezó a cambiar sustancialmente a partir de 2019. Respecto a la primera, la relación antagónica, si bien continuó, pasó a un segundo plano, mientras que con las segundas, fueron desplegadas toda una nueva gama de políticas públicas orientadas a beneficiar material, simbólica y comunicacionalmente a este sector.

En 2019, la Misión Venezuela Bella comenzó a destinar recursos específicos a la refacción de iglesias evangélicas, entendidas como “centros de paz”. Luego se anunció la creación de la Universidad Teológica Evangélica de Venezuela y se decretó el 15 de enero como Día del Buen Pastor. En 2021, la Asamblea Nacional constituyó una Comisión de Diálogo, Paz y Reconciliación Nacional, con una Subcomisión especial de Pastores Evangélicos, que reunió a 400 pastores y propuso desarrollar una Ley de Religión y Cultos y crear una Comisión Extraordinaria de Moral y Espiritualidad en el Legislativo. Se creó el Plan El Buen Pastor en 2023 mientras se anunciaba el nuevo plan “Mi Iglesia Bien Equipada”, para asistir infraestructuralmente a 2.500 iglesias del país. El 19 de enero de ese mismo año, Maduro instruyó a la CONATEL a facilitar el acceso de Iglesias Evangélicas a los instrumentos y medios de radiodifusión nacionales, crucial para la estrategia de difusión de los neopentecostales. Fue singular, previo a las elecciones del 28 de julio del año pasado, ver a Maduro, en televisión y entre pastores, pidiendo perdón y expresando arrepentimiento por los “errores” y la “corrupción” en su gobierno, mientras rogaba por la “caída de las sanciones”.

Este viraje rotundo en la línea política del chavismo ocurre enmarcado en una modificación del organigrama del PSUV. El 18 de noviembre de 2019, el partido crea su Vicepresidencia para los Asuntos Religiosos, cuyo primer titular fue José Gregorio Vielma Mora. No obstante, desde el 23 de julio de 2022, el puesto sería asumido por Nicolás Maduro Guerra, hijo del presidente. Desde ese momento, se profundiza el viraje y Maduro Guerra comienza a recorrer el país buscando articular densamente la nueva red de apoyos evangélicos al gobierno. El compromiso del hijo del presidente con esta línea política es llamativa: su discurso replica el del pastor, propone “hacer un enlace Iglesia-Estado, religión-práctica, llevar luz donde hay tiniebla porque qué lleva la luz donde hay tiniebla: la Santa Biblia, y donde entra la Biblia no entra maligno, no entra espíritu malvado”, y fue el responsable de traer al brasileño Julio Freites, obispo de la Iglesia Universal (neopentecostal), el 30 de mayo de este año a una “reunión de siervos” que llenó el Poliedro de Caracas.

Pero, como en los ‘90, la respuesta de las Iglesias Evangélicas ante estas convocatorias de la política han sido plurales. Maduro recibe el respaldo de la Unión Evangélica Pentecostal Venezolana, fundada en 1957, y del Movimiento Cristiano Evangélico por Venezuela (MOCEV), un espacio con escasa presencia en redes sociales y al que se le adjudican algunos diputados evangélicos del chavismo en la Asamblea Nacional. Si se trata de un espacio marginal, que pasó todos estos años bajo el radar de la opinión pública, o si fue creado ad hoc desde el PSUV para organizar políticamente el apoyo evangélico, es una pregunta que no podemos responder a ciencia cierta. 

Pero frente a estos, la Alianza Evangélica de Venezuela, en el que coinciden el Consejo Evangélico Venezolano y la Confederación Evangélica Pentecostal de Venezuela, sostiene una postura pluralista-liberal, de reafirmar la separación Iglesia-Estado y de denunciar los intentos de politización de la fe, reafirmando que las Iglesias Evangélicas y Protestantes se definen “teológicamente”, no políticamente; confesionalmente, no culturalmente”, recordando que el pueblo evangélico “no es una estructura eclesiástica, es horizontal, plana, enriquecida por diversas tradiciones con sus variadas raíces históricas y espirituales”, según un pronunciamiento de octubre de 2014. El Consejo Evangélico es enfático en señalar el “fuerte componente político-partidista” de las políticas de bonos y asistencia infraestructural del chavismo, exigiendo pluralidad y transparencia en el acceso a estas políticas para todas las Iglesias y credos, según un comunicado de enero de 2023.

Análisis del viraje chavista

Sostener el poder a costa de represión y la resignación generalizada en las bases populares es altamente costoso para el chavismo, que alguna vez supo gobernar con la permanente movilización de los estratos bajos y vulnerables del país, urbanos y rurales. Hay, por tanto, una doble racionalidad en el acercamiento a los evangélicos: por un lado, volver a construir una ideología que legitime el gobierno de Maduro no importa ya la distancia o distorsiones que haga de la doctrina chavista originaria y, por el otro, de reconstituir una base electoral que alivie los costos políticos nacionales e internacionales del fraude sistemático.

Pero, ¿por qué los evangélicos? Primero, por razones demográficas: entre 1995 y 2020 (pensando el 2019 como año de viraje), la población identificada católica en Venezuela cayó del 88% al 63,3%, mientras que la población evangélica, donde incorporamos a los evangélicos sin especificar denominación, a los identificados como bautistas y como pentecostales, pasó del 4,3% al 21,8%. No olvidamos que esto no es un censo, sino una encuesta, y que además, impacta en el dato el éxodo masivo, potencialmente sobredimensionando la población total venezolana identificada como evangélica. No obstante, el dato sí delata la existencia de una importante porción de población dentro del país con una fe evangélica.

Con la notable capacidad de difusión mediática y conversión religiosa del neopentecostalismo, más la capacidad de llegada de su teología de la prosperidad en los sectores económicamente vulnerables que no escasean en un país en medio de una crisis humanitaria no resulta irracional para el chavismo construirse esta nueva alianza.

Además, debemos tener presente el caso singular de Javier Bertucci, quien, construyendo una popularidad como pastor, en el 2018 incursiona por primera vez en la política postulándose a presidente y amasando inmediatamente un millón de votos. Este hecho probablemente fuese el que revelase al chavismo la disponibilidad de un electorado evangélico. Hoy Bertucci es diputado nacional, mantiene su distancia con el PSUV, pero dialoga con la bancada evangélica. Su electorado no crece, abrimos la pregunta de si el PSUV ha logrado comerle el electorado que inesperadamente un día pudo conseguir.

Preguntas para la democracia del mañana

Existe una clara posibilidad que, en una eventual democracia post-chavista, muchos dirigentes medios del partido logren escapar del potencial hundimiento del PSUV refundando alguna de sus estructuras partidarias locales en organizaciones políticas de raigambre neopentecostal. Si miramos el caso de Brasil, donde este sector religioso fue una base crucial en el intento de golpe de Estado ejecutado por Jair Bolsonaro el 8 de enero de 2023, con el asalto al Planalto, no puede no levantar encender alarmas los peligros para la democracia de una radicalización religiosa neo-conservadora a través del los sobrevivientes del Madurato.

Dos alternativas han empezado a figurar entre actores políticos e intelectuales que advierten del crecimiento evangélico en el país. Por un lado, la opción por izquierda laica, que propone reforzar el distanciamiento Estado-Iglesia a través de la expulsión de la religión de los debates públicos. Luego, la alternativa por derecha conservadora, de reforzar el lugar preeminente de la Iglesia Católica en el país. Pero ambas alternativas tienen deficiencias: contra la primera, la fe tiene un lugar central en la vida de una nación históricamente cristiana, que no puede ser sencillamente sacada del debate público. 

Contra la segunda, corremos el riesgo de caer en otro ultra-conservadurismo, aunque católico – por ejemplo, el lugar que la religión ha tenido en la lucha política de María Corina Machado, donde el movimiento contra la Dictadura se presenta como un movimiento de fe, con un permanente llamado a la oración a Dios, y que más recientemente ha convertido a la canonización de José Gregorio Hernández y a la Madre Carmen Rendiles en un signo de esperanza política. Un futuro gobierno democrático inclinado tan fuertemente al catolicismo seguramente acabará autosaboteando su capacidad para entablar alianzas sustanciales con estas Iglesias y de conectar políticamente con esta población, de la misma forma que los fieles evangélicos mantendrán una distancia apática o hasta antipática con el gobierno.

Una tercera opción, más democrática, es reconocer que habilitar el lugar de la religión en el debate público no es inmediatamente romper la separación Iglesia-Estado, y que una política democrática puede y debería estar orientada a visibilizar otras voces hoy ignoradas. Concretamente, frente al avance del neopentecostalismo, una oposición-devenida-gobierno podrá encontrar aliados en los sectores pluralistas del evangelismo con los que a día de hoy no ha tendido ningún puente, y que sea el mismo debate intra-religioso, abierto y plural, el que le marque la cancha al avance neopentecostal en el país.

Aníbal Páez

This is a nom de plume to protect the author. While we're not crazy about pseudonyms, the Venezuela context of persecution against people who speak their voices and their loved ones is justification enough.