¿De qué está hecha la anormalidad venezolana?

El foco para entender a la Venezuela actual no debe estar en la legitimidad de Maduro, sino en el pacto existente entre la élite gobernante y la élite económica que sostiene el orden y domestica la miseria

En la última década, la dirigencia opositora al chavismo se obsesionó con la idea de Legitimidad como un factor clave para la sostenibilidad del gobierno de Maduro. El gran debate público y privado entre analistas y juristas, asesores de distintos dirigentes, giró en torno a qué líneas de accionar tomar o dejar de tomar, según si abonaban a continuar destacando la ilegitimidad del régimen o si ayudarían a restaurársela de manera cómplice. Con esta vara se midieron las acciones de la oposición, y con esta vara se creyó poder calcular los factores de posibilidad para la eventual caída de Maduro.

Pero la cantidad de países que reconocieron a Guaidó como presidente interino y que ahora reconocen a Edmundo como ganador de las elecciones del 28 de julio del año pasado, que reconocen o desconocen tal o cual elección, no le movieron el amperímetro político a un gobierno que sobrevivió al aislamiento internacional y que ahora ve, un año después del fraude en la elección presidencial, cómo le estarían renovando la concesión a Chevron como si nada hubiese sucedido.

Porque de cierta forma, nada sucedió.

La cúpula chavista encontró una solución por compromiso a las sanciones impuestas sobre sus personas redirigiendo sus capitales de inversiones al extranjero a inversiones dentro del país. Las sanciones a la industria petrolera y al comercio internacional, solo sirvieron para agravar la crisis económica ocasionada por el fracaso en la gestión del Estado nacional, la malversación y la inesperada caída del precio del barril de petróleo en 2015, pero no produjo el levantamiento popular, ni el fantasma de un nuevo Caracazo, que ocasionara la caída del chavismo (como se deseó en 2014, en 2017, en 2019 y el año pasado), ni ocasionó la ingobernabilidad absoluta del país.

Más bien, el chavismo logró innovar en sus estrategias económicas y llevar adelante una reforma de flexibilización económica inesperada, dándole concesiones a capitales extranjeros –ya ni árabes ni asiáticos, sino inclusive occidentales– que ningún país democrático sería capaz de otorgar. ¿De qué sirvió, entonces, apostar a acabar con la legitimidad del chavismo?

Aunque el argumento sobre Legitimidad sí ha servido, por ejemplo, para sancionar a actores chavistas o posicionar a algunos representantes de la oposición como administradores y responsables legales de activos en el extranjero, pero no ha trascendido como instrumento para el cambio político.  La hipótesis que manejaron ciertos abogados y asesores de la oposición es sencilla: la fuerza de la ley provendría de su legitimidad, que es la justificación o racionalización que hagan los actores individuales y colectivos, nacionales e internacionales, de por qué habría que obedecer la Ley, y subsecuentemente, al Estado que se erige de tal Ley. Pero esto es un meramente idealismo – no el sentido de que sea utópico, sino de que supone que la fuerza de la ley proviene de las ideas de las personas, cuando proviene de algo mucho más material y concreto: la fuerza del actor que hace valer esa ley -es decir, el Estado, que no es producto de la ley, sino su antecedente necesario.

¿Cuál fue la apuesta del chavismo en este aspecto? Promover el matrimonio de la boliburguesía con los capitales tradicionales, el empresariado originalmente opositor, y finalmente los capitales extranjeros.

El venezolano de a pie no va a dejar de ir al SAIME a tramitar su pasaporte porque el Estado de Maduro sea ilegítimo y por tanto, la ley detrás del SAIME no deba ser obedecida. No dejará de pagar una multa, no le dirá al policía que lo frena en la calle que él no le puede decir qué hacer o dejar de hacer porque es ilegítimo. Irá al SAIME porque solo el Estado tiene la fuerza para sustentar un pasaporte; obedecerá al policía porque sigue teniendo el arma que hace valer su autoridad como representante de la ley. Y esto, como lo entiende el venezolano común, lo entienden también los empresarios nacionales e internacionales, que saben que solo el Estado podrá crear y garantizar las condiciones de posibilidad del comercio y el negocio, sea o no legítimo ese Estado; lo entienden los Estados del mundo –y solo a veces lo parece entender la dirigencia opositora.

Por ello, más que preguntarnos por la legitimidad del Régimen, hace falta preguntarnos por su materialidad, que es la pregunta de cómo Maduro logra crear una situación de normalidad donde su Derecho sea Derecho, su Ley sea Ley, y esto pueda vivirse como un orden regular y cotidiano en Venezuela.

Un nuevo pacto de élites

Arranquemos distinguiendo dos grupos de actores con intereses y fines distintos. Por un lado, a la Camarilla de la Burocracia Cívico-Militar que ocupa el Alto Ejecutivo y a las Fuerzas Armadas. No son un bloque unitario, pues persisten las tensiones internas entre actores potencialmente enfrentados, pero son un grupo suficientemente cohesionado en la medida en que saben que si se parten, probablemente todos terminen fuera del poder, con las consecuencias que para su libertad individual e integridad personal ello suponga. Ahora bien, son un grupo que no depende de nadie más para sostenerse.

El chavismo no necesita para sostenerse en el poder ni de capitales venezolanos o extranjeros, no necesita financistas especiales, no necesita un apoyo popular masivo. Ya han aprendido que en el más extremo aislamiento pueden sobrevivir y sostenerse. Por eso guardan una fuerte autonomía frente a los intereses de otros actores económicos, sociales y políticos dentro y fuera del país. No obstante, si bien puedan sobrevivir, no pueden garantizar permanentemente una situación de normalidad que haga valer su derecho y su ley -porque el aislamiento del gobierno es también el aislamiento social y económico del país respecto del mundo, que agrava la crisis económica, interrumpe y dificulta la vida normal, exige emplear el ejercicio constante de la fuerza para mantener la gobernabilidad, y acaba creando más ocasiones para la frustración, hartazgo y la eventual rebeldía ciudadana frente a las fuerzas de seguridad.

Por tanto, esta Camarilla para poder gobernar cómodamente requiere de una Clase Dirigente que ordene las condiciones de posibilidad de los negocios y el comercio cotidiano, que haga que la economía fluya, y con ello, que la sociedad fluya. Esa situación normal puede sostenerse por la permanente vigilancia armada y violenta del Estado sin derivar en frustración o levantamientos populares, que aunque no representan un riesgo existencial al chavismo (pues eventualmente la violencia disgrega cualquier forma de organización que amenace la supervivencia) sí supone que para estas camarillas garantizar la gobernabilidad del país posea costes económicos, sociales y psicológicos bastante altos.

La Camarilla Cívico-Militar del chavismo le hace el servicio a la Clase Dirigente disciplinando a la base popular y garantizando a sus empresarios la normalidad que necesitan

¿Cuál fue la apuesta del chavismo en este aspecto? Promover el matrimonio de la boliburguesía con los capitales tradicionales, el empresariado originalmente opositor, y finalmente los capitales extranjeros -una unión que constituya una clase que pueda dirigir la normalidad económica, social y moral del país. Una alianza de esta índole produjo las principales inversiones internas, que luego pagaron salarios, que compraron insumos a proveedores locales, y que finalmente generó en las principales urbes del país la emergencia de circuitos económicos fluidos y regulares que dieron la impresión de que Venezuela se volvía otra vez vivible.

Esto no implica que hubiese aún los marginados del circuito, dentro de las urbes en barrios populares o en las zonas rurales y periféricas del país, pero incluso allí, algún mayor grado de inversión pública en actividades culturales, espacios de recreación y ocio volvieron a la miseria un poco más vivible y a las condiciones de vida de las bases sociales un poco más normales.

Lo que llamamos Clase Dirigente marca las expectativas sociales sobre el futuro del país: crea los ámbitos de negocios internos, marca las expectativas de consumo y fomenta, a través de la nueva oleada de influencers, podcasts y espacios de ocio, la cultura de la nueva Venezuela. Y detrás de esta Clase Dirigente, lo que encontramos es la billetera de los Chevron, pero también de los grandes inversionistas transnacionales que tapan sus nombres en los proyectos de megaminería en el Amazonas y otras actividades extractivistas; capitales internacionales que ponen al servicio del proyecto económico-social y cultural de la Clase Dirigente las divisas necesarias para sostener las importaciones indispensables para sus negocios y consumos, y el efectivo en dólares mínimo para que las transacciones cotidianas se den con suficiente regularidad. Y esto continuará mientras ningún Estado extranjero pueda frenar la continuidad de los negocios internacionales con la Venezuela chavista.

¿Y qué hacen los oprimidos? 

Este margen de nueva normalidad habilita que las clases medias anteriormente desclasadas por la crisis socioeconómica recuperen su status y admitan la posibilidad de cohabitar con el chavismo si eso les permite no tener que seguir sufriendo las penurias por las que pasaron en los últimos diez años. Vuelve a florecer el apoliticismo de estos sectores, que prefieren no meterse más en política porque eso solo trae problemas. Algunos nichos híper politizados quedarán disponibles para la actividad partidaria y los estallidos de protestas, pero se empieza a reconocer que ya las grandes manifestaciones de clase Media, como las del Este de Caracas quizás pertenecen al pasado si la garantía de caída del gobierno no es absoluta.

En cambio, los sectores marginados son los que, especialmente el 29 de julio del año pasado, parecieron activarse políticamente, estallando en protesta contra el fraude. Hay dos razones detrás de esta repolitización anti-gobierno. Por un lado, los sectores populares en las urbes y en las periferias del país son los que ingresan últimos, con mayor vulnerabilidad y sufriendo la mayor explotación en los nuevos circuitos económicos, o simplemente no entran. Pero además, estos sectores no apoyaron activamente o aceptaron pasivamente el gobierno de Maduro solo por ser beneficiarios de alguna política clientelar del chavismo; sino debido al terrorismo de Estado que Maduro ejerció en los barrios y en el interior del país, a través de la combinación de colectivos y FAES, alianzas con grupos paramilitares y otros arreglos de seguridad internos, donde el resultado más pacífico fue el cobro de vacunas, y el resultado más tenebroso, la limpieza social perpetrada en los barrios de Caracas con los hijos de la clase popular.

¿Pero por qué estos sectores sociales no inauguran una nueva oleada de lucha contra el gobierno? ¿Qué los frena? Por un lado, las propias condiciones de miseria desincentivan la acción política si no hay garantías de que protestar tenga un resultado exitoso en lo inmediato. El costo de dejar de trabajar para protestar por tiempos indefinidos, sin resultados garantizados, es demasiado alto para estos sectores. Tampoco poseen ningún tipo de organización genuina debido a que la dirigencia opositora que sobrevive no los convoca, o cuando efectivamente ha querido convocarlos, estos líderes han sido presos, perseguidos, exiliados o muertos.

Aparecen algunas preguntas. ¿A la oposición le conviene romper la normalidad? ¿Le conviene promover el quiebre del flujo normal de capitales extranjeros a Venezuela? 

Así, la Camarilla Cívico-Militar del chavismo le hace el servicio a la Clase Dirigente disciplinando a la base popular y garantizando a sus empresarios la normalidad que necesitan: disciplinar los barrios y el interior del país es mucho más barato que disciplinar a la clase media y alta, no solo porque es técnicamente más fácil, pues ya se ha construido una extensa red de terrorismo de Estado en estos lugares, sino porque el costo en la opinión pública es nulo. La clase media y dirigencial difícilmente se enterará del acribillamiento de uno o más individuos en un barrio popular, y si se entera, lo lee como lo normal de los barrios, como el enfrentamiento entre malandros y policías, cosa del día a día. Y de igual forma, menos se entera o preocupa de lo que ocurra en zonas rurales, fronterizas o en el Amazonas.

Ante esto, las clases populares se resignan al cinismo. Ellos también aceptan que es mejor no meterse en política. Algunos serán optimistas y creerán que “echándole bola”, lograrán entrar a la clase media también porque la oportunidad de hacer negocios está regresando al país y es solo cuestión de esfuerzos. Otros tienen menos fe, pero también entienden que no tienen alternativas, y que con sobrevivir el día a día y darse algún gusto cuando puedan podrán sobrellevar los años que esto dure.

La política es desplazada en todo caso: o porque cree que se puede vivir mejor más allá de quién gobierne, o porque cree que hay que resignarse a vivir con lo que se pueda dado que no podrá cambiarse quien gobierne. Aceptan convivir parcialmente con el gobierno, evitan enfurecer a quien no deban enfurecer, y aceptan pragmáticamente cualquier asistencia económica o alimenticia que el Estado nacional pueda ofrecer. Ningún sentimiento de lealtad o de agradecimiento nace ya en ellos debido a esto.

¿Cómo salir de este laberinto?

Aparecen algunas preguntas. ¿A la oposición le conviene romper la normalidad? ¿Le conviene promover el quiebre del flujo normal de capitales extranjeros a Venezuela? 

Podríamos decir que le convendría, que sería razonable en una estrategia de cambio político el producir una nueva situación de crisis económica que rompa la alianza entre la Clase Dirigente y la Camarilla Cívico-Militar que gobierna, pero la historia ya demostró que el chavismo pudo y podrá volver a soportar y sobrevivir una situación así. Además, la única forma en que la oposición podría lograr esto sería exacerbando el discurso de la ilegitimidad del chavismo –ilegitimidad que no le podría importar menos a los capitales extranjeros que seguirán viniendo a Venezuela, y a Estados Unidos que aún en la era de Donald Trump estaría garantizando el regreso de Chevron. A estos capitales y países extranjeros no les importa que el chavismo sea ilegítimo, siempre y cuando pueda y sea capaz de sostener la normalidad con la cual llevar adelante sus nuevos negocios y conseguir las ganancias que aspiran y desean.

Las únicas alternativas, por tanto, solo podrán depender realmente de factores internos. Factores que para poder organizar en un proyecto político de liberación nacional, requiere examinar cómo está compuesta genuinamente hoy la normalidad de la que el chavismo vive y se sirve.

Aníbal Páez

This is a nom de plume to protect the author. While we're not crazy about pseudonyms, the Venezuela context of persecution against people who speak their voices and their loved ones is justification enough.