“A María Corina se le exige jugar con una pulcritud y exquisitez que sus adversarios no tienen”
El historiador cubano Armando Chaguaceda compara los vínculos de Machado con la administración Trump con las alianzas de Mandela y la URSS, y de Churchill y Stalin. Frente al horror del presente, sostiene que la oposición debe actuar con los aliados y recursos disponibles


Nacido en La Habana (1975), el politólogo e historiador Armando Chaguaceda ha sido testigo de la decadencia comunista desde su propia casa. Experto en regímenes autoritarios de América Latina, desde hace mucho mira de cerca las experiencias de Venezuela, Nicaragua y de la Rusia post-soviética. En el camino se ha convertido en un apasionado de las luchas pro-democracia en estos contextos. Frente a la violencia de los Díaz Canel, Ortega y Maduro, dice que deben actualizarse las herramientas de activismo y resistencia civil.
A los venezolanos los define como los polacos del Caribe por tener una diáspora preparada y tan conectada con las aspiraciones de cambio político. Y reivindica la estrategia de María Corina Machado de estrechar lazos con todos los aliados posibles, incluyendo los más incómodos, como hicieron en su momento Churchill y Mandela.
Petro aprovecha el despliegue de EEUU para relanzarse como anti-imperialista y Lula se ofrece como mediador. Ambos dicen abogar por la paz y el diálogo, que no lograron en agosto de 2024. ¿Cómo ves el papel de estos personajes ante el conflicto entre la administración Trump y el régimen de Maduro?
Los gobiernos de Brasil y Colombia pertenecen a ramas de la izquierda que no son autoritarias y tienen presidentes electos democráticamente. Pero Petro y Lula vienen de una izquierda radical. Eso se ve más claro en el radicalismo verbal de Petro, quien parece más un activista, que en Lula, quien tiene una dimensión un poco más de estadista, enmarcada dentro del sistema político brasileño, con su tamaño y su complejidad. ¿Pueden hacer más? Sí, aunque las ideologías y las memorias personales les importan a ellos y a sus entornos. El petrismo es más débil y está menos institucionalizado. En el caso del PT, que es un partido de larga data, institucionalizado y fuerte, hay una corriente de izquierda radical más cercana a Cuba y a Venezuela.
Al reaccionar a un acto de fuerza potencial desde EEUU, los móviles de ambos pueden ser varios. Salvar al amigo o al aliado siempre está presente. Hay que recordar que los canales diplomáticos se han mantenido abiertos entre los gobiernos, y que este tema del no-reconocimiento ha sido un tanto ambiguo porque ha habido intercambios y acuerdos. Insisto, ha habido un afecto visible entre el chavismo y Petro, y entre el chavismo y Lula. Maduro es producto de ese chavismo y las simpatías, aunque menos visibles, han seguido. No ha habido voluntad de hacer un acompañamiento para la paz más allá de las primeras intervenciones cercanas al 28J, y ahora se está tratando de impedir que el acto de fuerza cambie las correlaciones de fuerza y los roles en la región. En esta coyuntura, podemos presumir que una Venezuela liberada del chavismo-madurismo con un protagonismo de EEUU haría al liderazgo que ha pretendido Brasil y la relación de Petro con otros gobiernos regionales más irrelevantes.
En ciertos think tanks y círculos académicos, notablemente fuera de Venezuela, parece haber una obsesión con la idea de una transición pactada y procesos democratizadores considerados modélicos, como el caso chileno. Con la idea de que aún, si EEUU y la oposición le tocan los botones correctos y le hablan debidamente al oído a Maduro, hay posibilidades de una democratización pacífica con todas las partes contentas. Pero la violencia de Estado y el cierre de los espacios democráticos hablan por sí solos. ¿Cómo explicas tú estas posturas, que en parte son reactivas a las políticas de la administración Trump?
Hay que empezar diciendo que en el mundo de la post-verdad se ha naturalizado que en las ciencias sociales hay perspectivas, visiones, y una especie de constructivismo extremo donde, así como yo percibo el mundo, así el mundo es. Ciertamente nuestras percepciones sobre el mundo moldean nuestras acciones y eso construye parcialmente realidades, pero el mundo es como es. El chavismo es un régimen que no pertenece a la categoría de los autoritarismos conservadores, de derecha o más bien en la órbita de Occidente a finales de la Guerra Fría. Tampoco es exactamente un régimen comunista, pero es más cercano a un régimen de la vieja órbita comunista, de los antiguos nacionalismos-militares con líderes carismáticos y sistemas represivos como se han visto en Irak, Siria, Egipto, e incluso Cuba. Por varias razones no se parece a las dictaduras de Chile o Argentina.
Primero porque su inserción global importa. Aquellos regímenes de Seguridad Nacional estaban insertados en la órbita de Occidente. Luego su mentor, EEUU, promueve un nuevo enfoque, que son las transiciones a la democracia en los 80 y 90 para lidiar con lo que habían dejado estas dictaduras en términos de violencia, pero también con la alternativa que era una radicalización comunista. Cuando el mentor dice que por ahí ya no va, que hay que re-institucionalizar y democratizar, pues tuvieron que acatar hasta cierto punto. Esto no pasa aquí. ¿O tú ves a Rusia o a China apoyando procesos de transición democrática entre sus aliados? Imposible.
Quien se afinca en estos argumentos dice demostrar ex ante que la naturaleza de esta alianza contingente determinará el futuro. Yo creo que los escenarios del futuro pueden ser varios. Pero está claro que el presente es uno y es un horror.
Estos regímenes del Cono Sur eran asesinos, criminales, cometieron crímenes en masa, pero eran regímenes reaccionarios, reaccionaban a movimientos juveniles y de izquierda, respondían a una crítica de época. Eran conservadores porque buscaban conservar un status quo. De manera que entre los militares no había una idea general de querer llegar para quedarse y construir un orden nuevo. No eran regímenes revolucionarios con perspectiva de futuro, eran reaccionarios. Incluso el modelo pinochetista tenía incluida la idea de un referendo desde temprano en los ‘80, eso estaba en su constitución. No se veía a sí mismo perpetuándose en el poder y ahí hay una diferencia fundamental.
Queda claro que el régimen de Maduro no tiene intenciones de ceder el poder o reformarse realmente. Entonces, ¿cómo explicas la obsesión con una negociación con miras a supuestas reformas y concesiones?
También creo que hay otros dos fenómenos concurrentes. Uno es desde dónde miran estos actores. Muchos de ellos, en círculos académicos y think tanks en EEUU y Europa, tendrían una visión coincidente con la tuya o la mía, porque somos demócratas liberales. Pero, si bien para fulano es posible coincidir con nosotros en el mundo deseable, resulta que en esta coyuntura para ese fulano es más importante increpar a Trump, por no darle oxígeno. Para nosotros, normativamente Trump puede no ser el aliado deseable, tal vez en una elección no lo estaríamos votando. Pero aquí cito a Raymond Aron: a veces la elección no es entre lo bueno y lo malo sino entre lo preferible y lo detestable.
En la coyuntura posible, esto es lo que nos ha quedado, entre otras cosas por la represión del régimen y por el abandono de la comunidad internacional, sobre todo en ALC y sobre todo de la izquierda democrática. Para ellos, Venezuela es un caso que debe resolverse democráticamente, y en eso coincidimos. Pero no a costa de que sea Trump quien lo resuelva, y tenga rédito. Para mí, si los marcianos ayudan a resolverlo estaré más que satisfecho, porque la situación es desesperante. Y ahí viene un punto importante: hay que entender la naturaleza contingente de los aliados disponibles, que son los que son, y que su naturaleza ideológica, política o programática no tienen por qué definir la tuya.
Nelson Mandela, siendo un ícono de la lucha democrática, aceptó el apoyo de Gadafi, Fidel Castro, de la URSS, de los alemanes comunistas. ¡Y claro que tenía que aceptarlo! Mirándolo en retrospectiva, podría haberme gustado que un grupo de suecos, noruegos e islandeses liberasen a Sudáfrica del Apartheid. Pero eso no se dio. Estaban ellos en la coalición, había un fuerte movimiento de solidaridad, pero en la dura, en dar las armas y presionar en el campo de batalla para derrotar el Apartheid —en Angola, en la descolonización de Namibia—, fueron armas comunistas y terroristas las que llevaron al régimen a negociar.
Con un entorno de altísima violencia, se sigue exigiendo a los venezolanos, pero sobre todo a Machado y a Edmundo González, que escojan unos aliados que no han querido ser sus aliados, que jueguen con una pulcritud y exquisitez que no tienen sus adversarios. Quien se afinca en estos argumentos dice demostrar ex ante que la naturaleza de esta alianza contingente determinará el futuro. Yo creo que los escenarios del futuro pueden ser varios. Pero está claro que el presente es uno y es un horror.
Como decimos en Venezuela, la política de María Corina parece exigirle tragarse varios sapos para promover su agenda en Estados Unidos, cortejando a actores como Trump y su movimiento MAGA. Hace poco, después de recibir el Nobel y del cese al fuego en Gaza, Machado aceptó los apoyos de Netanyahu. ¿Cómo le explicarías esto a los escépticos de María Corina y de la oposición en el mundo, sobre todo los que vienen de la izquierda?
Creo que todo esto se ha manipulado hasta cierto punto. María Corina está mandando los mensajes que se ve obligada a mandar. Así fue Churchill con Stalin cuando la independencia de Gran Bretaña estaba amenazada. Aquí se olvida que el bando antifascista, que tiene una gran carga moral, incluía a Stalin, que había hecho las grandes olas de terror en los ‘30 y que había tenido más muertos de su propia población que el régimen nazi. ¡Porque eran los aliados disponibles! Es una situación de realpolitik. El mensaje de Machado frente a Netanyahu es de agradecimiento a la clase política israelí, como Edmundo González agradeció a Boric o a miembros del Partido Demócrata en EEUU. Han agradecido a todos, porque es lo que les toca.
Si se logra una transición y no lleva a un orden republicano liberal sino a una dictadura de extrema derecha con González Urrutia y Machado al frente, yo seré el primero en cuestionarlo. Podremos juzgar un desenlace, pero entre tanto hay que ser muy coherente. Sus comunicaciones han sido diversas, dirigidas a los aliados que los han apoyado. Han sido comunicaciones de liderazgos políticos.
Si Maduro desaloja Miraflores mañana y la oposición liderada por María Corina se convierte en gobierno, el tutelaje de EEUU existirá. También habrá que lidiar con las estructuras que queden del viejo régimen chavista. ¿Qué experiencias de transición nos pueden dar luz para sortear estos obstáculos? ¿Cómo un próximo gobierno puede promover la soberanía y mantener la gobernabilidad a la larga?
Proyectar siempre es arriesgado, sobre todo en un escenario de altísima complejidad como este. Lo que más ha privado en este tema es una especie de chantaje ex ante de personas que por abierta simpatía con el chavismo, o por ver desplazadas sus posibilidades de poder –hablo del chavismo, filo-chavismo, o un sector de la oposición, y también en el sector de consultoría y ONG– han tratado de presentar esto como un escenario al estilo de Libia, por ejemplo. Aquí hay varias diferencias y Venezuela tiene varias ventajas importantes. Primero, es un país de muchísima más homogeneidad étnico-religiosa que los casos de desastre en Medio Oriente y Asia.
Los medios no siempre comprometen a los fines. El contenido del medio compromete al contenido del fin cuando la naturaleza del medio, por ejemplo el uso de la fuerza, se convierte en parte de la naturaleza del fin. Por ejemplo, si se establece un régimen militar dictatorial luego de la intervención que aceleró la transición.
Segundo. He leído todos los grandes programas de gobierno de la oposición dignos de ser leídos, incluyendo el de la Unidad y Capriles en 2012. He visto cómo han sido creados por convocatoria de especialistas y de una amplia participación de lo mejor de la sociedad venezolana. Hay una idea clara de lo que es una gestión de gobierno, no solamente de tomar el poder por la vía democrática, de rotación de las elites, constitución de representantes e instituciones. De hecho, hemos visto cómo con recursos limitados, la oposición ha podido gobernar estados efectivamente, cuando había una relativa autonomía de gestión y podrías ver las diferencias en Miranda, Zulia, los Andes, etc.
Hay una sociedad civil que ha sido muy resistente y madura frente al autoritarismo, lo que ha llevado que, durante un cuarto de siglo, el autoritarismo no se imponga totalmente. Por eso yo siempre digo que ustedes son los polacos del Caribe. Tienen un capital social y cultural formado en democracia que se ha diasporizado forzosamente, pero que mantiene vínculos con Venezuela y que ha contribuido con los programas de gobierno opositores. Esos elementos hacen que sea mucho más factible una reconstrucción en términos de capacidades administrativas.
Esta diáspora y capital humano además están menos dispersos políticamente que los cubanos o nicaragüenses, porque de alguna manera se ha mantenido aglutinados o conectados con una representación en el territorio, y en este caso un liderazgo como el de Machado. Si ese capital humano está ahí, como investigadores en Europa, EEUU y América Latina, esas personas eventualmente podrían regresar. Ahí hay otra gran diferencia.
¿Y en cuanto a la soberanía y el control territorial?
Esto dependerá de la forma en que se produzca la eventual transición, de los niveles de uso de la fuerza y su impacto en la base armada chavista, que es una coalición muy diversa y fragmentada que tiene grupos dentro de las estructuras del Estado y grupos más informales, como los colectivos. A mí me llama la atención cómo esto ha sido utilizado como un chantaje para decir: “hay que ver si ellos quieren transitar (hacia un cambio político) porque si no, van a desestabilizar el territorio”. Y si no quieren, ¿qué hacemos? Allí tendrá que haber procesos de reconciliación y de incorporación de sectores que no estén investigados por crímenes de lesa humanidad a la nueva fuerza de seguridad que se cree, y habrá que hacer operaciones de neutralización también de sectores que quieran alzarse contra la república. Hay que mirar la misma historia de Venezuela en ese sentido.
Hay una discusión ahora mismo en sectores de la academia de todo el mundo, notablemente en EEUU, que han hablado de resistencia civil pacífica, de democratización, donde medios y fines a la vez pacíficos y democráticos dependen de un mundo de la inmediata post-Guerra Fría que está dejando de existir.
El gobierno de Betancourt, que era muy frágil, enfrentó alzamientos por la derecha y por la izquierda. Sobrevivió creando un Estado social, no solamente una república democrática. Un gobierno que proveyó un montón de bienes colectivos a la gente. En cuanto a la soberanía, es un riesgo siempre deberle mucho a un aliado poderoso. Lo que no es un riesgo, sino una desgracia, es estar ocupado por una élite que gobierna el país junto a aliados poderosos y criminales. En este momento, Venezuela está hipotecada un poco como estaba China en el siglo XIX, que era una hipocolonia. Venezuela tiene una autoridad formal que controla espacios del territorio nacional. Pero tiene autoridades criminales coludidas con esa autoridad formal que controla determinados espacios de obtención de renta y de recursos naturales, sobre todo mineros. Y tiene una sesión de soberanía con los rusos, con los cubanos, los iraníes, en gran medida con los chinos en el ámbito económico. De manera que, ¿de qué soberanía estamos hablando?La cuestión está en que no estamos eligiendo entre dos riesgos. Estamos eligiendo entre un riesgo hipotético y una tragedia actual, actuante.
Los medios no siempre comprometen a los fines. El contenido del medio compromete al contenido del fin cuando la naturaleza del medio, por ejemplo el uso de la fuerza, se convierte en parte de la naturaleza del fin. Por ejemplo, si se establece un régimen militar dictatorial luego de la intervención que aceleró la transición.
Me parece muy importante dejarlo claro, porque ahora toda la ola de opinión, no tanto de un chavismo muy desacreditado, sino de sectores de think tanks, opinadores y la oposición prêt-a-porter creada por el chavismo, está dirigiéndose ahí. Se quiere presentar como pacifista, como un centro entre dos extremos, pero no hay centro entre dos extremos como lugar moral, político, puro y equidistante. Hay una dictadura represiva con menguante apoyo popular, y un pueblo que dijo basta el 28 de julio de 2024. Aquí se cruzan variables políticas, ambiciones de poder, variables éticas, posiciones francamente deplorables como la de estar todo el tiempo cuestionando decisiones más o menos acertadas en un espacio tan restrictivo para el Comando con Venezuela. Un ejemplo de alguien que respeto mucho y que sí podría haber sido un centro en ese sentido es Enrique Márquez. ¿Y dónde carajo está Enrique Márquez ahora? La respuesta la dio el gobierno. Todo esto del falso centrismo es una cantaleta falaz en lo intelectual, en lo ético, y políticamente estéril. No conduce a nada.
¿Qué lección deja el caso venezolano a la lucha global contra los autoritarismos?
Primero debo decir que es un error calificar a Venezuela o a Cuba como Estados fallidos. Son autocracias, dictaduras en connivencia con elementos criminales y poderes globales autoritarios. El madurismo no es un mero cartel con el interés solo de hacer dinero, aunque entiendo por qué algunos quieran definirlo así. Estas son élites corruptas y autoritarias que han decidido mantenerse en el poder a toda costa. Y así deben ser tratadas.
Creo que hay que actualizar el guión, el software y el hardware también de la lucha democrática en el siglo XXI. Hay una discusión ahora mismo en sectores de la academia de todo el mundo, notablemente en EEUU, que han hablado de resistencia civil pacífica, de democratización, donde medios y fines a la vez pacíficos y democráticos dependen de un mundo de la inmediata post-Guerra Fría que está dejando de existir. No ha desaparecido por completo —existen los valores, algunas instituciones, ciertos países y alianzas— pero los llamados chicos malos han avanzado en reconfigurar parcialmente este orden. Y tenemos que actualizar nuestras herramientas de transformación dentro de ese orden. Como decía Mandela, el tipo de lucha lo define el opresor.
Yo creo que vamos a tener que re-actualizar no solo las formas de resistencia civil pacífica, o disidencia oenegera en espacios internacionales, o de apelar a organismos internacionales. Vamos a tener que recuperar la forma de resistencia violenta siempre que tenga un componente de democratización, que no sea tumbar una dictadura para establecer otra. Vamos a tener que mantener el paradigma y la acción de un movimiento de DDHH para que vigile a los represores y para que vigile a los nuevos líderes si se extralimitan en sus funciones una vez que ascienden al poder llegan a establecer otro autoritarismo. Pero junto con ese movimiento de ONG, de DDHH, de activistas, de periodistas independientes tiene que haber acciones encubiertas, acciones armadas, de eliminación de actores que previamente han cometido crímenes de lesa humanidad. Puede que materialmente no estemos preparados para esa discusión, pero intelectual y moralmente tenemos que estarlo.
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